8/12/10

La tibieza de las palabras

"...toda lectura tiene raíz en el oído" dice Aidan Chambers* y cuenta de su abuelo minero capaz de contar leyendas como si fueran ciertas, de la maestra de primer grado que relataba historias de la Biblia, de su mamá que al ver que el hijo tardaba en aprender, leía en voz alta los textos. Tres voces distintas que salían sopladas de labios distintos y que sonaban de manera distinta. Que se organizaban en torno a ritmos distintos y que tenían volúmenes distintos. Grave, agudo, soprano, soprano, grave, tres maneras de entibiar la palabra para que llegara a punto a los oídos de ese niño que no sabía todavía que no iba a poder abandonarla nunca.
La voz suelta en las visitas guiadas
Tenemos suerte de poder usar la voz para comunicarnos con los visitantes. Una voz que sale frente a ellos y que flota con todos los condimentos que la letra impresa no puede igualar. Somos dueños de los sonidos que construirán los relatos o las explicaciones o las preguntas. Podemos decidir entre allegros o adagios, o entre tonos bajos o más agudos. Sabemos que si elegimos bien, nuestra voz será capaz de llevar a quienes nos acompañen a "...donde no pueden ir solos" (Chambers; 2007, 50), a lecturas de las piezas que los hagan ir más allá de lo conocido. Dedicarle tiempo a encontrar los mejores sonidos es entender que el cómo se dice un texto no es ajeno a lo que cuenta, sino que es parte de su estructura.

El cuerpo instrumento
Años de ejercicios fonoaudiológicos me hicieron reconocer las distintas maneras en las que el aire se convertía en sonido y entender el cuerpo como un gran instrumento de resonancias y fuelles. Ahí van algunas prácticas que pueden ayudar a afinarlo:
  • Darle tiempo al relato: Walter Ong cuenta en su libro "Oralidad y escritura" que unos bardos analfabetos esperaban un día o dos antes de recontar un relato escuchado. Explicaba que esto era para internalizar la narración, "Un poeta oral (...) [n]ecesita tiempo para permitirle a la historia adentrarse en su acervo propio de temas y fórmulas, tiempo para identificarse con el relato." (Ong; 2006, p65). Cuanto mayor comunicación tuvieran con lo que iban a contar, mejor llegaría al otro.
  • Ensayar: ningún violinista sale a tocar sin haber practicado la pieza al menos doscientas veces, disciplina sus dedos, escucha los tiempos para tocar cada nota, conoce lo que el instrumento es capaz de dar. El guía tiene algo de artista, como él repite las representaciones y tiene que esmerarse porque tiene poco tiempo para estar con quien vino al museo. Si bien es cierto que no hay demasiado espacio en los grupos educativos para probar las voces antes de guiar, creo que se puede aprovechar cada recorrido para escucharse y tomarlo como ensayo para la próxima vez.
  • Respetar quiénes somos: mi amiga Neftalí sufría cuando guiaba, decía que la voz le salía muy suave y que se le notaba la vergüenza que le daba hablar en público. Pero tenía una cadencia de poesía, una selección tan precisa de las palabras y una manera tan fina de mover las manos que la gente muchas veces lloraba emocionada por lo que contaba y siempre le agradecía el momento. No hay una manera ideal de guiar, saber quiénes somos es la forma de potenciar y aprovechar las capacidades personales.

Nota: las ilustraciones son de Nicolás Arispe, un maravilloso ilustrador y escritor de libros infantiles. Ir a la página


*Premio Andersen, 2002

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